Hebe sin permiso
Sin permiso se fue Hebe, que no debía irse sin permiso. Madre que quiso ser y fue de todas las víctimas de injusticias que le dolían como propias, quizá muchas veces explotada en su buena fe, con los errores y contradicciones en que incurren quienes actúan con el corazón. Vendía la imagen de mujer fuerte y mandona, porque no podía presentar otra que mostrase alguna debilidad, pero ocultaba bajo esa máscara una infinita sensibilidad y dulzura. Esa sensibilidad hizo que el dolor no sólo la dotase de una valentía casi ilimitada, sino que también la impulsase a pasar de ama de casa a ser una persona increíblemente consciente de los males del país, de la región y del mundo, lúcida en la urgencia de luchar contra un sistema de poder y no únicamente contra un grupo de malvados. Singular en la extrema libertad de quien no busca poder, de quien está libre de los modales exigidos a los bienpensantes en pugna por escalar posiciones, podía como nadie dedicarse a ridiculizar a los flojos con sus desafíos. ¡Hebe era Hebe! Y por eso era la brújula de nuestra conciencia, nos hacía sentir culpables, siempre en falta por no hacer más y, además, viéndola sabíamos dónde estábamos parados, si en el lugar cierto o en el errado. Pero no debemos ponernos tristes, porque desde alguna nube blanca y pura nos mirará y su memoria seguirá siendo guía. Disimulará nuevamente su dulzura y desde arriba nos gritará: “¡Manga de llorones, no se detengan, ahora a ustedes les toca seguir adelante!”
E. Raúl Zaffaroni
Profesor Emérito de la UBA