Hebe, madre nuestra de todos los días:
Cosa terrible nos ocurre, tendremos que acostumbrarnos a andar sin tu compañía. A veces haremos de cuenta que las cosas están en su lugar, en el que querías con tu testaruda tozudes, contra viento y marea. Lo notable es que jamás fuiste una esfinge, jamás estuviste cerca de lo marmóreo, jamás te confundías con un granito, tan universal como eras. Muchas veces tuve el inmenso privilegio de estar cerca de ti y por suerte parece que estabas de acuerdo con lo que decía. Creo que siempre consentiste en que hubiera escrito que las Madres no habían sido una "tabla rasa" política, aunque hubiesen sido paridas por sus hijos, según tu angular sentencia. Si la estrategia de la saga en que se empeñaron fue inhibir los indicios de cualquier partidización, nada más alejado del estado impávido, porque aunque ustedes no supieran de los actos de sus hijes, intuían sus convicciones, sus generosos sueños, sus apuestas derramadas, y a pesar de temerosas, les dedicaron una secreta admiración. Cuando nos arrasó el Terrorismo de Estado y el horror nos paralizaba, ahí estuvieron ustedes, como un milagro, corriendo todos los riesgos menos el de perder la inmensa voluntad de resistir. Fueron faro y esperanza, orfebres de la demolición de la dictadura.
Nada ha sido más excepcional en la sociedad nuestra del siglo pasado que la imponente gesta de las Madres y de las Abuelas– y es inútil distinguir segmentos. Nada puede compararse. Y esa Hebe que construiste con una argamasa tan peculiar, una suerte de hito transnacional, donde se instalan todas las desmesuras del atrevimiento, del coraje y la dignidad. No importa hacer el cálculo mezquino de las equivocaciones, porque fuiste sobre todo un ser enfrentado a cualquier extravío de la victimización, encarnado, actuante, mucho menos preocupada que ocupada en continuar de alguna manera el recado de tus hijos en cuyo nombre - con tantas otras compañeras-, conjuraste a la vergüenza y la Argentina pudo andar el camino de la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Quiero decirte Hebe, que además de una cantera de admiración por la escala de tu osadía – y no importa hasta dónde el acuerdo -, me producías un inmenso sentimiento de ternura. A veces tu crispación parecía exasperante, pero había una salvaguarda de devoto amor que te eximía de todo. Amor filial sin duda. Ahora que la inmortalidad es tu hábitat déjanos pedirte que te sigamos importunando, que de vez en cuando los ecos de tu voz suenen fuerte para despertar y no sólo a las jóvenes generaciones. Que la rotundez de tu figura se nos aparezca para fortalecer nuestras convicciones, sobre todo en las coyunturas aciagas de enredos negacionistas, de justicia decrépita y de apuestas a las negruras fascistas.
Hebe querida, madre planetaria, hasta la victoria siempre!
Dora Barrancos
Licenciada en Sociología en la Facultad de Filosofía y Letras UBA. Magister en Educación en la Facultad de Educación, Universidad Federal de Minas Gerais. Doctora en Historia en el Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad Estadual de Campinas (UNICAMP) Investigadora Principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y Profesora Consulta de la Facultad de Ciencias Sociales – UBA.